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Vapor, carcajadas y aullidos



Era domingo en la noche y la tradicional discusión empezó, los gritos invadieron la casa hasta que una voz imponente los silenció.

- ¡Cállense de una vez! Todos los días la misma jarana.

Como gatos se escondieron en un cuarto con un gran ventanal que daba a una sala donde estaba la tabla de planchar y a un lado una escalera. La madre satisfecha de haberlos callado cogió la ropa que había planchado y se retiró a acomodarlas.

… Las escucharon desde que eran niños, jamás vieron alguno, vivían incrédulos y negaban su existencia a pesar de que muchos visitantes confirmaron todo lo contrario… “Murió durante la construcción, parece que no descansó en paz…”, “Sí, estuvo un buen tiempo recorriendo la casa y soltaba una gran carcajada…”, “Hasta que llegó el perro, él salía todas las noches…”, fue la primera vez que escucharon que había uno en su casa y no pasó mucho para escuchar una segunda aparición. Se dice que el primero fue un constructor de la casa que nunca llegó a la suya; la segunda, la abuela quien albergaba un gran rencor al perro, quien pagaba los platos rotos de su aparición: aullidos desconsolados y llenos de dolor… “ella venía y le pegaba con un palo…” Así siguió el recorrido que los que ya no están, la tercera, cuarta, quinta y otras veces más. Ahora les tocaba a ellos y alguien especial los visitó…

Un olor a quemado invadió el cuarto donde se encontraban los dos niños, “oye, ve y fíjate, mamá no desenchufó la plancha”, “no quiero, no molestes”, le respondió la niña. Con un sentido al ahorro de energía, el niño salió del cuarto para desenchufar la máquina. Como un poltergeist, una humareda corpórea se formó con el vapor que despedía de plancha. Una vez compuesta, el niño paralizado vio como el espectro desaparecía por las escaleras.

No espero a que desapareciera totalmente, entró a su cuarto, cogió a su hermana y se encerraron en el cuarto de sus padres. Algo se acercó a la puerta y la forcejeó…

- “Habrán la puerta, no quiero desorden en mi cuarto…”



Señor infiltrado



Con el deseo que cierta molestia desapareciera, se acercó a aquella construcción y recibió una respuesta: Infiltrado.

Cruzó la entrada custodiada por dos guardias (comúnmente: guachimanes) que no percataron el ingreso de un infiltrado. Vio la señal y con sigilo fue al punto de encuentro.

- ¿Lo tienes?
- Sí.
- Ya, ahora has tu cola.

Mientras esperaba en la cola, sacó un objeto y jugó con el aparato. Dos agentes comprendieron la señal y se le acercaron. “Tengo una cita”, respondió. “Lo sabemos, venga por favor”. Un pequeño interrogatorio se extendió por 15 minutos y los datos fueron recolectados. “Espere, por favor”.

Los dos individuos lo acompañaron hasta que el jefe terminó con un cliente y entró.
Se sentó frente al jefe y lo miró fijamente. Este recibió una carpeta y mandó a llamar a otros dos hombres. Mira a uno y pregunta.

- Ahora dígame, ¿cuál es el diagnostico?
- (Piensa y dice) No lo sé.
- Usted…
- El paciente tiene esto, esto y esto otro.

Así los cuatro fueron respondieron a las preguntas su mentor. Algunos de forma correcta y otros incorrectamente. El maestro fija su atención en el paciente y este responde inhalador. Rara vez, se interesó realmente en el aparato que acercaba a su boca, pero esta era la ocasión.

- Es un bronco dilatador que produce…

Cada aprendiz soltaba un mar de palabras que apenas eran comprensibles para el paciente y a cada uno se le obligó a investigar más sobre el tema: el inhalador. Llegó el turno de los reflejos. La historia fue casi, casi similar. Y finalmente, los músculos.

- ¿Qué es?
- Es un infiltrado.

“…No es normal”, “Está hinchado” y otras más. Es raro ser parte de una clase de medicina, en especial, ser el analizado. Terminó la consulta y solo se llevó: Porque no es normal porque es un infiltrado y paquete de análisis que realizar.

Rica Vicky (I) – El Tackle con amor




Para expresar los sentimientos de amor y de compasión los seres humanos son capaces de todo. Un chocolate, un beso, un abrazo y ¿por qué no? Un tackle.


La damisela del cuento de hadas no tiene nombre o nadie lo sabe, peor aun nadie se acerca a ella, excepto los malandros que la saludan con una amorosa recordada de madre o una cariñosa patada mosquito (sí, esas las igualitas a las de Matrix y Street Fighter).


A diferencia de Blanca Nieves, Rapunzel o la Harapienta (bueno, con esta solo comparte la manera de vestir); ella, la damisela del cuento de hadas, no espera a su príncipe, sino lo va a buscar; no tiene a los siete enanitos o los animalitos del bosque, solo tiene un séquito de cogoteros que le muestran su cariño cada vez que la ven (¡Toma que te doy que te sigo dando!).


Para sus seguidores y fieles, su canto es fuente de energía, tanta energía que necesariamente se debe expulsar en el acto. “¿Dónde estas?”, “¡No, no, no!”, “Ayuda, por favor”, y otros alaridos más (todos mezclados con muestras de dolor y llantos) funcionan como el silbato que usa un amo con su perro.


Tanta es la preocupación de su gente que no quiere que llore más. A 5 metros de distancia, tres de su séquito la miran, reflexionan y corren. Como espartanos de 300 (en este caso solo son 3) arremeten contra la damisela. Su cara se desfigura, su cuerpo se contorsiona y sus pies se elevan del piso para desplazar el anciano cuerpo unos centímetros más allá… Ahora el turno de la compasión: Calla #@%=°, fuera #@%=°, con&%#$°¬¬@. Gran amor con pocas palabras. La damisela se para levanta media aturdida, solo atina a llorar y luego se retira hasta desaparecer.


Los espectadores de tal salvajismo solo piensan en lo inhumano que llegan a ser los malandros de Vicky, sin embargo, no perciben que ellos son más inhumanos al verlo y no hacer nada. Claro, la compasión se puede demostrar de mil maneras, hasta con un tackle.